jueves, 8 de noviembre de 2012

Crisis de fe



Crecí bajo el nombre de Babel, donde nacen los esclavos, acompañado de una bandera rayada y los zumbidos de dominantes moscas. A veces pienso que Madre me llamó de esta forma para no fragmentarse completa, como las piedras de la cantera, y el deseo de llevarla conmigo es un reflujo cada vez más ácido que no encuentra calma, ya que el pensamiento es interrumpido con facilidad o, simplemente, corto. Me transformo en cohete o así me gustaría ser y coloco en el cono la pulsera de falanges que dejó de su cadáver la sosa cáustica; sé que le complacería este sitio, ya que es la parte de mí que llega más lejos cuando huyo, aunque el viaje dura poco... Madre rara vez habló, ni siquiera el idioma implantado por las moscas ya que solo respondía. Recuerdo que un día me dijo: “zz zz zz”. Que significa “come antes de que se den cuenta y acuéstate temprano, mañana debes ir a cambiar el pico”. Pero no sé si llegué a hablarle o si lo he hecho alguna vez. Perdimos la identidad mucho antes que la lengua, incluso antes de que llegara el divino espermatozoide, el tan esperado que subió pronto tras la crucifixión, pero muerte es muerte, por eso nunca he tenido preguntas: ¡la libertad es solamente un interés!
Amanece. Forcejeo con otro hombre para estar cerca de la puerta cuando la abran. Por fin me han concedido un pico nuevo, después de veinte años, y quiero estar entre los primeros de la fila no sea que se acaben. Un pico con punta: ¿cómo será su sonido? Llego a la plaza y encuentro una multitud, rodeando la bandera, sin espacio intersticial que les permita caer como desearían y pienso que lo hacen a propósito. El Sol comienza a descender el abismo indicando la impaciencia del trabajo y con el fantasma de las lágrimas le humedezco un adiós al pico, mi pico nuevo. Corro hacia la oficina del dolor de espalda en la infinita roca que me hizo suyo, como la primera inhalación de un neonato, para evitar la ira de la mosca que nos vigila. Desgarro un trozo y después otro. El sudor me salpica en los ojos que dejan de sufrir por un instante y, cuando regresan, noto que he llenado el carro.
-“¡Zz zz zz!”- La mosca que controla el sector me exige una razón que justifique la ausencia de un pico entre mis manos. Con obediencia, y cansados gestos, procuro hacerle entender que intento llevar el carro saturado hacia la cadena de transporte, que está en lo cierto cuando me zumba que soy un miserable, que no volverá a ocurrir; Mas esta me apalea y simultáneamente repite algo concerniente a la visita de una mosca importante proveniente de Berlín. De todos los puntos de dolor que contabilizo sobresale el antes mencionado, ¿dónde quedará Berlín? Siento que me desmayo ya que únicamente ella resiste la cascada de palos que me propina, pero de pronto cesa y cae al suelo castigada por una piedra. Apoyándome, sobre el carro, alcanzo la posición erecta y distingo en la cara de la cantera el rostro de Madre. Rápidamente destrozo el cráneo de la mosca con la romicidad del pico, que pesa menos que antes, y le arrebato el uniforme. Encubro su cuerpo vertiéndole encima el contenido del carro pero no me abrocho los cordones. Quizás con tiempo apartaría a algún ingenuo de la inclemencia, con el silencio, que le permite fluir. ¡No ahora: se realiza la huída!
Me giro hacia la dirección que me espera y, entre las babas del suelo, percibo una piedra que brilla entre las otras. Recuerdo ver una así de niño cuando cayó de los bolsillos del Moscón que, bajo La Rayada, zumbaba de trabajo y Mas trabajo... No influyó que la totalidad de nosotros escuchara a la piedra esconderse en la arena, las moscas contemplaban la heroicidad del Moscón con millones de ojos.
Con vértigo se detienen los picos y el foco de la torre de control se estrella sobre mí. También me dirigen la mirada los advertidos, que parecen deleitarse con una imagen distinta a la cantera, seguramente devoran el ideal libertario que les sirvo o, ¿será la piedra? No obtengo ánimo ni aplausos, solo los zumbidos me persiguen.
-“¡Babel..!”-