viernes, 22 de febrero de 2013


Recreo y muslos



Estaba prohibido el suministro de cigarros y comida a los gatos encargados del trapicheo local. El callejón, que acostumbraba estar concentrado de marihuana y fumadores con gran respeto hacia el lado oscuro de la Ley Orgánica, presumía de tirarse un barrido todas las mañanas de una vez al año con cajitas sueltas en el lado de las malas hierbas. Uno de sus bancos había sido declarado sitio para debate y chismorreo desde el comienzo del curso así que de vez en cuando le prestaba un oído. Procuraba cuidar sus listones ya que eran propensos a caer cuando sostenían demasiado peso y no es que el banco padeciera Diógenes o algún fetiche intencionado bajo las faldas que se le posaban encima, solo pasaba una mala racha porque el Ministro Wert le había negado la subvención por hallarse colindante al colegio. Sabía que merecía aparecer en un sobre y así mantuvo la fe durante un tiempo pero los bancos, por muy alfabetizados que estén, no tienen código postal o complemento alguno: ¡no importa cuánto culo popular huelan!
A Caramelo la veía a menudo sentada en el suelo y prestando atención a las otras con gran interés. Me sorprendió no encontrarla inmersa en su  estado de sombra natural, absorbiendo romances ajenos como un cuerpo negro que regalar a los chicos de sus amigas y sentir mediante esa forma de vida oscilante, de apoyo público o mera presencia, su pajita al aire de autoestima.  -¡Ay Caramelo, Caramelo... ¿Será que le han concedido la subvención al banco?- Dije con voz que se escapa mientras prestaba oído a la señal con esperanza de averiguar aquello que contaba por primera vez. Guardé el teléfono en cuanto escuché que en casa ya habían comprado tabaco y papel del blanco que no se apaga, llevaba un tiempo fumando del otro y tenía la garganta un poco inflamada.
Caramelo había conocido a un chico mayor que vivía solo en el sótano de su abuela, que prefería tener compañía a quien contar la repetición de la prensa rosa del país estático en su televisión para viejos y proporcionaba al joven cierta autonomía con un dinerito semanal para los gastos del callejón. Desenvolvía ante las otras chicas su escaso contenido de mujer cosa que no recordaba a su rol habitual en el banco. Era como si gafas pequeñas y dientes grandes hubieran sido elegidos nuevo estilo de moda y ella, dotada por casualidad y mala genética del fenotipo, generase tal fuente de envidia propia de un aficionado azulgrana. Caramelo desalojaba con las manos el cabello que le caía sobre el cuello y un moretón relucía su calor de capó de coche recién usado sobre la jeta de las demás. Estaba suelta y sin vacunar…
Tomé la costumbre de escuchar siempre que brindaba su filosofía sin reparar en lo podían decir de mí, que si era un metido o algún tipo de peluche que no conseguía adentrarse tan lejos por los muslos de una señorita como cosa del banco. No tardé en darme cuenta con el paso del tiempo de que Caramelo perdía masa corporal en proporción al incremento de audiencia. La joven estaba enamorada y mostraba sus mordidas ya no solo a los del colegio, toda la gente del barrio y el Alcalde compaginaban deposiciones privadas con lo que salía de su rostro estampado en una revista que se hizo famosa por reducir el aneurisma cerebral con un anuncio sobre impuestos en el servicio de ambulancias y certificados médicos.
La corriente de Caramelo no tardó en electrificar por completo el Territorio Nacional de Catalunya logrando que el propio Artur Mas postergase los trámites de independencia durante el tiempo que duró aquello. Cuantos más seguidores Caramelo ganaba, menos masa vestía sus huesos cargados de pulseras Bite, mordida en inglés, las cuales eran originales a diferencia de las que llevábamos el resto que, para ser del chino, se parecían bastante. Cuando eso todo el mundo imitaba el habla, la vestimenta y la forma de caminar de Caramelo, que no le importaba el recorte andante ya que solamente a ella le había sido concedida la pasión más sincera dentro de lo urbanamente concebible. Su sonrisa crecía con la suma de exhibiciones que nos entretenían mostrando poco a poco el maxilar superior durante tardes enteras. Incluso tuvo el atrevimiento de ir a la escuela con un pantalón muy corto que le cubría únicamente los glúteos, los cuales eran soportados a simple vista por dos fémures y diminutos trozos de carne como evidencia. Aseguró que su amado meditaba comerle los labios del coño y que nunca se había sentido tan dichosa como cuando se lo propuso en el sofá del sótano.
Poco después tropecé con las pulseras Bite de Caramelo dentro de un contenedor, en compañía de una fosforera y algunos huesos. Introduje la mano para rescatarla y encendí un cigarro que me habían regalado. Cuando llegué al callejón me encontré con Artur Mas sentado en solitario en el banco masticando tierra. -¡Ay Presidente, Presidente… ¿Será que no tiene otra cosa que hacer?- Dije con voz que se escapa mientras comencé a escucharle.