viernes, 27 de diciembre de 2013

Judit

Versos para el frío,  Judit

1                  contigo
y dar frente al avellano cortado a partes
         presume dibujar los labios de tu canífor
donde encajo beso mío así que Mami
lee de espaldas...
otra mitad soy yo con arma de continentes
y un buen velero.

2               corren los padres
buscan desesperados
           a ti el cielo pone precio en cada mayo
cuando contagias el virus afrodisíaco
           en sabana  das un trozo de cuello
y hablo un beso con el dedo lejos
y me rasguñas mientras adviene travesura...

3                soy lampiño pero no moroso de incendios
     hasta el lado de riñón muy alto me abandero
ay de Judit si busca carrusel de montaña
que  sacuda noches y robe humedad al río
pues tendrá lo que solo doy cuando sus labios suenan
                                            coluti si lo ordena
dos caminos complacerá punto de unión mío.

viernes, 8 de noviembre de 2013

El Pastor Alemán

                                                                                                                              A mi perro Gobierno...


 Un día me regalaron una cabra y la metí en la habitación. Lo primero que hizo fue comerse un pendrive que tenía en la mesita de noche al que no sé ni cómo llegó y se dispuso a soltar mierditas como si hiciese un cuadro aéreo de aquellos que necesitas subir a un helicóptero para verlos y sigues ensuciándote. Sé por experiencia que cuando pisas por primera vez un cuadro aéreo de cabra te vuelves dependiente de escoba y recogedor. Yo eché pa`lante y ella vive su vida comiendo como una princesa de ojos y barbilla negra que me llega a desesperar. Todo a su altura perdió la forma y cada vez alcanza más pendrives.

 Imaginé que la cabra servía para algo cuando la acepté así que espero que se decida pronto y me eche una mano en la habitación, que no deja de tragar pintura y la convivencia llega a un punto que aprieta como el frío: estamos en invierno y solo tengo unas sandalias, los pantalones ahora son shorts y la sábana es suya. Me acostumbré a ser indefenso frente a su carita, la cabrona me era tan familiar…
El animal se convirtió en mi responsabilidad y de cierta forma yo también en la suya. No me gustaba llevarla al parque ya que cuando no mordía un perro buscaba bronca en el portal de una casa humilde, así que pasábamos tiempo en casa. Me interesé también por la afición de pintar cuadros aéreos con ella y cada vez que termina el boceto en mi suelo lo recojo y lo suelto por la ventana de forma desinteresada para los vecinos que aguantan de momento. Seguro se encuentran escribiendo sus críticas en alguna denuncia que está al caer.

 A pesar de que me costó al principio, llevo seis meses con la cabra, averigüé en una revista que estaba usando para qué sirven: “…animal productor de leche rica en triglicéridos que ayuda a lubricar la garganta...” La amarré a las seis de la mañana y comencé a ordeñarla y le gustó a la cabrona tanto que le aguanté la pata porque no la dejaba inmóvil. La barbilla se le ha puesto negra y me da gusto jugar con ella. Yo la mantengo limpita a pesar de que solo queda de la habitación un pasillo (con las denuncias tuve que amontonar cuadros aéreos).

 Tanta queja, bobería de la gente, molesta a cualquiera y terminé tomándola con la cabra que le dije un par de cosas y creo que aún no me ha disculpado del todo porque no suelta ni la mitad de leche que yo había leído en la revista: creo que está muy mal criada. A eso sumo que siempre que ordeño la cabra termino con la garganta seca… Por su cumpleaños celebramos con hierba del Mercadona y unas cervezas que entraron bien en el estómago de ambos. En eso volví a ordeñarla sin conseguir llenar ni un vaso y fui al veterinario quien dijo que era por déficit de vitaminas, que tuviera paciencia con ella y que practicara con algo que no mencionaré pues lo encuentro inapropiado para este cuento. Además, le prometí a la cabra no utilizar lenguaje de soez cuando la esté ordeñando.

 Su rostro seguía siendo intrigante incluso en el momento en que me salpicaba las manos. Nada más puedo pensar en que estoy loco porque le caiga la menarquía. Ya le salieron unas canitas pero ella es una presumida del carajo y se tira el vello de la barbilla por encima y camina sin nada artificial, pasillo arriba, pasillo abajo. Son momentos así los que sostienen tanta mierda de cuadro aéreo pegado a las paredes.

 Barría cuando me percaté de sangre al lado de las bolitas en el recogedor. La noté rara desde la mañana que no se quiso ordeñar y llamé al veterinario para que viniera con urgencia a ver mi cabra. Después de la gracia que me costaron las vitaminas no puedo permitir que se enferme y de menos leche. Se echó en el pasillo sobre media manta que dejó a la hora de la merienda, con el reflejo de su barbilla en los ojos y yo preguntándome: ¿se empachó con la otra mitad de la manta? Llegó el veterinario y la atendió mientras tiraba cuadros para las paredes y hacía espacio en el pasillo. La sangre resultó ser del culito porque estaba estreñida y se hizo daño pero nada grave. En eso el doctor se levanta y me dice:

 -¡Coño Alejandro, esta cabra es macho, por eso la cabrona da lechazos! ¿¡Cómo no te diste cuenta si de cara es igualito a Mariano Rajoy!?

viernes, 2 de agosto de 2013

Diario de Michael Phelps

                                                                                                         Para mi hermano que se alistó muy pronto al mar y murió en tierra de huracanes por antojo. A Álvarez Guedes.

 28 de octubre. Al fin hablé con el jefe de sector. No habrá policía esta noche cuando saque la balsa por el Malecón. Cogí la radio y unos anzuelos por si me aburro además de la botella de ron y un tabaco para celebrar cuando llegue.

 30 de octubre. Ayer no pude escribir con tanto ajetreo. El jefe de sector pasó a última hora por más money con el cuento de la situación. ¡Ay que ver cómo procrean estos orientales que cada vez caben menos!

 3 de noviembre. Ya estoy en mar abierto y las nubes dibujan figuras de marca blanca (muy baratitas por cierto). Solo traje un lápiz para escribir y eso que busqué por toda la Habana. Qué cielo más largo parece no acabar. Esto es hermoso. A ver si pesco algo dentro de un rato.

 7 de noviembre. A la radio solo le entran canales cubanos y por suerte encontré un canal musical. Me comeré la cherna que picó en la mañana. Con lo cerca que están y lo que cuesta encontrarlas allá. Es un manjar. La noche parece artificial con más estrellas que en la bandera americana ¡siento las contracciones de nacer en otro país!

 16 de noviembre. Ayer no picó nada ni por mi cumpleaños. La radio me cogió una emisora del norte que suena diferente a lo de allá que no cambian al conductor del horóscopo desde hace 50 años. ¡Qué voces más profesionales! A lo lejos en el cielo parece haber una manchita que seguro es el reflejo de algún rascacielos. ¡Ya viene llegando el balsero al Mc’Donalds!

 20 de noviembre. Lo único que llegó fue un ciclón que me jodió la radio y ahora solo sintoniza al viejo mierda del horóscopo. No sé ni cómo estoy vivo y parece que no quiere mejorar la cosa. Me pude comer un pez rarísimo que cayó de una ola aunque solo era espinas.

 22 de noviembre. Parece que viene otro rascacielos así que voy a prepararme. A ver si encuentro los anzuelos que los dejé aquí el otro día.

 4 de diciembre. Sigo comiendo espinas. Pasaron dos rascacielos más a tocar los cojones y la balsa sufrió daños irreversibles. No sé cómo irá la navegación de ahora en adelante. Yo calculé que ya estaría con los americanos. Un poco más de sacrificio.

 12 de diciembre. Solo me consuela que el agua sigue caliente porque la balsa es un jacuzzi con tanto hueco de mierda. Por la radio sigue ese hablando de constelaciones, tanta estrella ni tanta estrella, deberían tumbarlas a pedradas.  Aún busco los anzuelos.

 18 de diciembre. Desde ayer está refrescando y las olas no han traído más espinas. Tengo tremenda hambre. Por suerte se ahogó la radio con la inundación.

 24 de diciembre. Ando sufriendo de alucinaciones. La balsa se hundió y aguanto sobre una puerta que cogí para construir esto. Si me lo llego a imaginar ni lo intento.

 30 de diciembre. Un pajarito me despertó esta mañana. Había una medusa comiendo mierda y la metí en la cazuela. Seguiré nadando que he visto tierra de modo que estiro los brazos. Si llego a la playa me quedo con el ajuste cubano y adiós al horóscopo.

 1 de enero. Tanto trabajo para esto. Llegué a tierra y vi la bandera americana. Un tipo salió a recibirme con un cartel que decía: ¡Bienvenido a Guantánamo! En aduanas se quedaron con el tabaco y el ron. Me extraditaron para Cuba.

domingo, 28 de abril de 2013

Vértigo en el camión



Habían dejado un porro en la ventana y estaba loco por ir a matarlo, así que me asomé, le di candela y dejé que las cosas fluyeran. En eso pasó el camión de la basura con el cadáver del Ministro Wértico encima y salí corriendo a perseguirle. El ascensor abierto pronto me dejó en la calle y menos mal porque para ser solo de nueve pisos había una peste rancia, como algo que en cualquier momento tomas de la nevera y tiras a la basura. En un instante localicé el camión y cogí el taxi de un chileno que me notó la prisa. Siga ese vehículo le dije. Son 7 euros y arrancó.
    
Por fin se me dio la oportunidad de ser cortés con el señor Wértico que tanto mal rollo deshizo. Solo hay que ver cómo están los jóvenes y los delitos menores; el otro día escuché que multan a los que se preparan el bocadillo en los contenedores, que si la basura era privada, que si lo otro... Como el Ministro, que tanto había luchado para organizarla a su altura y lo subieron al camión. Saqué la cabeza del coche y comencé a gritar: ¡Ministro Wértico, Ministro Wértico! Regresé al taxi y el chileno me dejó claro que no le vomitara dentro, que la cosa había caído y que no viniera a joderlo.
  
Se detuvo cuando marcaron los 7 euros y el camión de la basura seguía avanzando. Me preguntó si era importante y arrancó a contar de cuando fue cuidador de cóndores en los Andes, pues son los buitres esos que vuelan alto y les cuesta bajar o migran a paraísos fiscales. Por un momento nos despistamos pero afortunadamente el basurero había girado a la derecha. Recuerdo que fue el señor Wértico quien aprobó que en todas las aulas hubiera una silla para el director y desde eso los muchachos son de lo más aplicados. ¡Ministro Wértico, Wértico! Igual que cuando gana el Madrid y pego gritos desde el coche de los amigos, ese era momento para devolverle la cortesía: ¡qué lástima que no lo cogí vivo porque éste seguro fumaba!
    
El camión cruzó una reja y se me acabó el tirar con la cara para el resto del viaje, el taxista me santiguó con los ánimos que se reciben cuando toca pelearte con el destino y entré al basurero a por el cadáver del Ministro. Allí había de todo menos cobre y el camión paró en el otro extremo haciéndome pisar un clavo, después una íntima y por último una propaganda de Carrefour, que se pegan al pie y no sueltan coño, aunque las pinches con un palo. Quería encontrarlo rápido para llegar temprano a un hospital de regreso, porque si ibas a la hora de la comida no cazabas ninguna médico de prácticas.
   
¡Ministro Wértico, Wértico! Estaba tirado sobre unas chapas y una silla de escritorio le cubría medio cuerpo.  Le quité el reloj cortésmente dándole palmadas en el hombro y decidí observarlo durante el tiempo que durara el cigarro, así que me senté en un murito que encontré al lado del cadáver. Tiré la colilla y ¡miau! Un gato negro salió corriendo. ¿Pero qué quieres, un habano..?  ¡Te cogiste para eso con el cubano!

jueves, 18 de abril de 2013

Adán y Eva




Un día que hacía la ruta automática por bares nocturnos de la ciudad, conocí a Eva. La gente miró con ojos saltones el desmedido empuje que me acercó a la más loca de las ofertas y cómo, con una copa su mano sin rodeos, mi muslo acarició. Eva tenía un lunar en el labio superior la convertía en la ensalada de frutas que estaba dispuesto a morder. La mano en la rodilla, poco a poco, subió y con postura erecta entendí que la casa de uno de los dos, invitaba al coito. Así, con la frente en alza y amasando lo que me esperaba, Eva y yo nos retiramos.
Eva guardaba en su casa un buen sustento de alcohol. Mientras ataba mis brazos con seda y restregaba su olor en mi nariz, mordía mi cuerpo alopécico hasta llegar con una copa y aire conquistador al pene. La cuenta empezó en sesenta y nueve y tras un brindis, acabó con los dos a cien. En eso Eva metió la mano y, con demostrada maña, adornó con color sepia el espacio.
¡Oh, Eva, qué exquisito era tu francés!”
Después de la primera tanda, y sin perder la tensión, la diva sacó un canuto que perfumó el momento. Hacía años que no tocaba eso, sólo recordaba algunas reglas callejeras como “¡quien lo lía lo mata!” Y yo, adicto al pecado quería volver a jugar.
Eva abrió la boca. Escondía melódicamente en el humo los futuros orgasmos y sin dejarme esperar, la caricia volvió. Del armario sacó una caja y la silueta de un juguete bajo transparencia me hizo sucumbir. Eva, que era un ejemplar de muchos recovecos y sorprendente habilidad, llenó su boca conmigo mientras hacía resbalar el juguete por la raja de sus glúteos y, como una bandera ondulante clavada en el quinto hoyo, el desperezamiento ocurrió. La noche burló el olvido y Eva, com-pene-trada con la causa, utilizó su mejor arma hasta que finalmente se durmió.
Al día siguiente, el espacio en la cama me dijo que estaba solo. La mesa de noche sostenía el termo de café, una taza y la despedida en formato nota:
Adán, ha sido volcánica nuestra última noche. Disculpa el azúcar en el café y por favor cierra la puerta. Evaristo."

viernes, 22 de febrero de 2013


Recreo y muslos



Estaba prohibido el suministro de cigarros y comida a los gatos encargados del trapicheo local. El callejón, que acostumbraba estar concentrado de marihuana y fumadores con gran respeto hacia el lado oscuro de la Ley Orgánica, presumía de tirarse un barrido todas las mañanas de una vez al año con cajitas sueltas en el lado de las malas hierbas. Uno de sus bancos había sido declarado sitio para debate y chismorreo desde el comienzo del curso así que de vez en cuando le prestaba un oído. Procuraba cuidar sus listones ya que eran propensos a caer cuando sostenían demasiado peso y no es que el banco padeciera Diógenes o algún fetiche intencionado bajo las faldas que se le posaban encima, solo pasaba una mala racha porque el Ministro Wert le había negado la subvención por hallarse colindante al colegio. Sabía que merecía aparecer en un sobre y así mantuvo la fe durante un tiempo pero los bancos, por muy alfabetizados que estén, no tienen código postal o complemento alguno: ¡no importa cuánto culo popular huelan!
A Caramelo la veía a menudo sentada en el suelo y prestando atención a las otras con gran interés. Me sorprendió no encontrarla inmersa en su  estado de sombra natural, absorbiendo romances ajenos como un cuerpo negro que regalar a los chicos de sus amigas y sentir mediante esa forma de vida oscilante, de apoyo público o mera presencia, su pajita al aire de autoestima.  -¡Ay Caramelo, Caramelo... ¿Será que le han concedido la subvención al banco?- Dije con voz que se escapa mientras prestaba oído a la señal con esperanza de averiguar aquello que contaba por primera vez. Guardé el teléfono en cuanto escuché que en casa ya habían comprado tabaco y papel del blanco que no se apaga, llevaba un tiempo fumando del otro y tenía la garganta un poco inflamada.
Caramelo había conocido a un chico mayor que vivía solo en el sótano de su abuela, que prefería tener compañía a quien contar la repetición de la prensa rosa del país estático en su televisión para viejos y proporcionaba al joven cierta autonomía con un dinerito semanal para los gastos del callejón. Desenvolvía ante las otras chicas su escaso contenido de mujer cosa que no recordaba a su rol habitual en el banco. Era como si gafas pequeñas y dientes grandes hubieran sido elegidos nuevo estilo de moda y ella, dotada por casualidad y mala genética del fenotipo, generase tal fuente de envidia propia de un aficionado azulgrana. Caramelo desalojaba con las manos el cabello que le caía sobre el cuello y un moretón relucía su calor de capó de coche recién usado sobre la jeta de las demás. Estaba suelta y sin vacunar…
Tomé la costumbre de escuchar siempre que brindaba su filosofía sin reparar en lo podían decir de mí, que si era un metido o algún tipo de peluche que no conseguía adentrarse tan lejos por los muslos de una señorita como cosa del banco. No tardé en darme cuenta con el paso del tiempo de que Caramelo perdía masa corporal en proporción al incremento de audiencia. La joven estaba enamorada y mostraba sus mordidas ya no solo a los del colegio, toda la gente del barrio y el Alcalde compaginaban deposiciones privadas con lo que salía de su rostro estampado en una revista que se hizo famosa por reducir el aneurisma cerebral con un anuncio sobre impuestos en el servicio de ambulancias y certificados médicos.
La corriente de Caramelo no tardó en electrificar por completo el Territorio Nacional de Catalunya logrando que el propio Artur Mas postergase los trámites de independencia durante el tiempo que duró aquello. Cuantos más seguidores Caramelo ganaba, menos masa vestía sus huesos cargados de pulseras Bite, mordida en inglés, las cuales eran originales a diferencia de las que llevábamos el resto que, para ser del chino, se parecían bastante. Cuando eso todo el mundo imitaba el habla, la vestimenta y la forma de caminar de Caramelo, que no le importaba el recorte andante ya que solamente a ella le había sido concedida la pasión más sincera dentro de lo urbanamente concebible. Su sonrisa crecía con la suma de exhibiciones que nos entretenían mostrando poco a poco el maxilar superior durante tardes enteras. Incluso tuvo el atrevimiento de ir a la escuela con un pantalón muy corto que le cubría únicamente los glúteos, los cuales eran soportados a simple vista por dos fémures y diminutos trozos de carne como evidencia. Aseguró que su amado meditaba comerle los labios del coño y que nunca se había sentido tan dichosa como cuando se lo propuso en el sofá del sótano.
Poco después tropecé con las pulseras Bite de Caramelo dentro de un contenedor, en compañía de una fosforera y algunos huesos. Introduje la mano para rescatarla y encendí un cigarro que me habían regalado. Cuando llegué al callejón me encontré con Artur Mas sentado en solitario en el banco masticando tierra. -¡Ay Presidente, Presidente… ¿Será que no tiene otra cosa que hacer?- Dije con voz que se escapa mientras comencé a escucharle.

viernes, 4 de enero de 2013

Génesis




Un día me desperté y no me podía mover. Traté con todas mis fuerzas de estirarme pero oye, no había manera de conseguirlo. En eso un aire entró por la ventana y zarandeó un poco uno de mis brazos, entonces entendí todo; ¡era una marioneta! El aire trajo una mosca que no paraba de burlarse de mí. Me hacía cosquillas detrás de la oreja, en la planta de los tres pies (al menos eso ella pensaba) hasta que después de entretenerme toda la mañana -y menos mal porque ya no la soportaba- decidió descansar en la punta de mi nariz. Al rato entró otra mosca y empezaron a discutir. “¡La nariz es mía!” -dijo una. “¡Yo llegué primero!”   -dijo la otra. Como se hacía de noche y quería dormir les dije que mi nariz era de las dos.
Al día siguiente no parecían enfadadas, eso pensé al verlas despertar con buena cara y muy acurrucadas bajo la manta que habían tejido con sus alas. ¡Oh, mala señal, parece que ya no se van!. Efectivamente, se instalaron en mi nariz y aunque volvió el aire que las trajo, ellas no se fueron. Con el tiempo les cogí cariño y les organicé el espacio. Les dije que usaran la punta de mi nariz para sus necesidades y que no me pusieran trastos bajo los ojos ya que sin poder moverme lo menos que podían hacer para conmigo era que fueran ordenadas y no me taparan la vista. Ellas me hicieron caso y no querían enfadarme, después de todo se conocieron gracias a mí. Con los días aparecieron los huevos, después las larvas y poco a poco una civilización. A las primeras les puse de nombre Adán y Eva. Al resto les decía tú, ese, esa, el feo, la guarra, la mosquita muerta y el moscón entre otros. Con el tiempo nos dimos cuenta que ya no quedaba espacio, entonces les dije como ganar terreno con las heces, cosa que había visto hacer antes en Cuba. Lo importante era que la mierda estuviera seca. Daba igual si era gris, marrón o verde. Así que le concedí títulos de arquitectura a las dos más inteligentes y un grupito de veinte voluntarios aprendió a hacer la mezcla. En poco tiempo construimos una ciudad. Les hablé del dinero y de cómo hacerlo a partir de  la secreción de mi nariz, cosa que mejoró mi calidad de vida, ya que tenía la nariz tupida entre el peso de la ciudad y los mocos.
Una mañana apareció un sapo en la ventana haciendo trucos de magia. Las moscas lo vieron hermoso y colorido, así que edificaron una casa para él. Con el tiempo le llamaron Comandante y le visitaban los domingos. Yo les dije que tuvieran cuidado, que por ser sapo no iba a ser perfecto y mucho menos bueno.
Tiempo después no quedaban moscas, ni sapo, ni diversión. Sólo quedó, una gigante ciudad de mierda.