He pasado toda la vida colgado en la cara este
de un mojón que dejó un niño al cuidado de un periódico. Monumento inspirado en
el rascacielos de Ortiz-León de Barcelona, que sirve de adorno del Banco de Alimentos
que hay en Carretera de Vic y a veces hasta presta una mano con la distribución
de tomates mientras esquiva la maratón de pisadas que sin definición lógica,
aumenta su número de aspirantes a lo largo del transcurso del crecimiento económico. Éste cagarro colosal,
que por imponencia podría actuar de psicólogo ante un gnomo de balcón que no
halla trabajo en el ámbito de la jardinería, resiste ser derrumbado por la
lluvia empeñada en corregir el caos generado por la ausencia de barrenderos. Espero
que la lluvia no le pueda al mojón, pues para nosotros que apechugamos sobre él, el colmo de
vivir en la miseria es que ésta adquiera consistencia caldosa y además, los
vecinos se comerían las paredes.
Desde siempre me llamaron Aturmás por una foto
en el diario y tras continuas repeticiones lo terminé de aceptar. Comento que ‘Atur’ viene del catalán y significa Paro y ‘más’ describe la tendencia de las colas del Banco de Alimentos.
Pero parece que a los tontos de mi torre les cuesta encadenar mi nombre sin confundirse
y no dejan de intentarlo tartamudeando Artur
Mas. Imaginen la pena que paso,
como cuando el Sector Independent te
sonsaca si estás independizado y respondes desde el búnker que forman las peludas
patas de mamá mosca. No hay nada que hacer
más que mirar hacia otro lado y cualquiera exige el porqué de la queja.
A fin de cuentas puedo alejarme al parque a contar policías o sobres planeando
entre las oficinas de los edificios, pero sufrí un accidente en un charco chupando
sin contrato y ahora ando a pie y tullido, costeando el juicio, así que no descarto
pedirles dinero para llamar un taxi o a Esperanza la escorpión, que recibió el
carnet de conducir en el rodaje de la película Fast and Furious siete.
De vuelta al asunto, deslizo estar prometido
con una mosquita que chupa de lo más rico y a menudo probamos la perdiz en el
patio de los restaurantes. Tenerla cuesta aceptar obligaciones y pasión con la que
pago más o menos mis travesuras, pues fue lo único que heredé de padres
inmigrantes con un ala delante y otra detrás. En el supuesto que no me desalojen
antes, quiero arreglar la terraza a estilo tropical, a ver si pica algún enamorado
de las vistas a la carretera desde el mojón y compro un terrenito en el pipi can
de Cal Gravat. Así por fin viviré en el barrio de los perro-flauta, los únicos
que saben generar con sus mascotas una cagada rica en colesterol de máximo treinta
por ciento de pienso en dieta, la mejor mierda que podemos llevar a la trompa y
no ese disparate que vende carrefour. Hacedme caso que aprendí a base de sustos:
por ejemplo, la última vez que subí
andando al Prica solo conseguí almorzar pienso puro, que casi me aplasta por estar
bajo la escena de la balacera anal. Desde entonces tengo la colita resentida
por lo que hoy no verás ni esperes ver, a esta mosca dolorida sentada en las
sillas de la vieja en el Paseo de Manresa, por muy seductor que parezca posarse
en la cabeza del negro que las vigila.