viernes, 4 de enero de 2013

Génesis




Un día me desperté y no me podía mover. Traté con todas mis fuerzas de estirarme pero oye, no había manera de conseguirlo. En eso un aire entró por la ventana y zarandeó un poco uno de mis brazos, entonces entendí todo; ¡era una marioneta! El aire trajo una mosca que no paraba de burlarse de mí. Me hacía cosquillas detrás de la oreja, en la planta de los tres pies (al menos eso ella pensaba) hasta que después de entretenerme toda la mañana -y menos mal porque ya no la soportaba- decidió descansar en la punta de mi nariz. Al rato entró otra mosca y empezaron a discutir. “¡La nariz es mía!” -dijo una. “¡Yo llegué primero!”   -dijo la otra. Como se hacía de noche y quería dormir les dije que mi nariz era de las dos.
Al día siguiente no parecían enfadadas, eso pensé al verlas despertar con buena cara y muy acurrucadas bajo la manta que habían tejido con sus alas. ¡Oh, mala señal, parece que ya no se van!. Efectivamente, se instalaron en mi nariz y aunque volvió el aire que las trajo, ellas no se fueron. Con el tiempo les cogí cariño y les organicé el espacio. Les dije que usaran la punta de mi nariz para sus necesidades y que no me pusieran trastos bajo los ojos ya que sin poder moverme lo menos que podían hacer para conmigo era que fueran ordenadas y no me taparan la vista. Ellas me hicieron caso y no querían enfadarme, después de todo se conocieron gracias a mí. Con los días aparecieron los huevos, después las larvas y poco a poco una civilización. A las primeras les puse de nombre Adán y Eva. Al resto les decía tú, ese, esa, el feo, la guarra, la mosquita muerta y el moscón entre otros. Con el tiempo nos dimos cuenta que ya no quedaba espacio, entonces les dije como ganar terreno con las heces, cosa que había visto hacer antes en Cuba. Lo importante era que la mierda estuviera seca. Daba igual si era gris, marrón o verde. Así que le concedí títulos de arquitectura a las dos más inteligentes y un grupito de veinte voluntarios aprendió a hacer la mezcla. En poco tiempo construimos una ciudad. Les hablé del dinero y de cómo hacerlo a partir de  la secreción de mi nariz, cosa que mejoró mi calidad de vida, ya que tenía la nariz tupida entre el peso de la ciudad y los mocos.
Una mañana apareció un sapo en la ventana haciendo trucos de magia. Las moscas lo vieron hermoso y colorido, así que edificaron una casa para él. Con el tiempo le llamaron Comandante y le visitaban los domingos. Yo les dije que tuvieran cuidado, que por ser sapo no iba a ser perfecto y mucho menos bueno.
Tiempo después no quedaban moscas, ni sapo, ni diversión. Sólo quedó, una gigante ciudad de mierda.