Crecí bajo el nombre de
Babel, donde nacen los esclavos, acompañado de una bandera rayada y los
zumbidos de dominantes moscas. A veces pienso que Madre me llamó de esta forma
para no fragmentarse completa, como las piedras de la cantera, y el deseo de
llevarla conmigo es un reflujo cada vez más ácido que no encuentra calma, ya
que el pensamiento es interrumpido con facilidad o, simplemente, corto. Me transformo en cohete o así me gustaría ser y coloco en el cono la pulsera de
falanges que dejó de su cadáver la sosa cáustica; sé que le complacería este
sitio, ya que es la parte de mí que llega más lejos cuando huyo, aunque el
viaje dura poco... Madre rara vez habló, ni siquiera el idioma implantado por
las moscas ya que solo respondía. Recuerdo que un día me dijo: “zz zz zz”. Que significa “come antes de
que se den cuenta y acuéstate temprano, mañana debes ir a cambiar el pico”.
Pero
no sé si llegué a hablarle o si lo he hecho alguna vez. Perdimos la identidad
mucho antes que la lengua, incluso antes de que llegara el divino
espermatozoide, el tan esperado que subió pronto tras la crucifixión, pero
muerte es muerte, por eso nunca he tenido preguntas: ¡la libertad es solamente
un interés!
Amanece. Forcejeo con
otro hombre para estar cerca de la puerta cuando la abran. Por fin me han
concedido un pico nuevo, después de veinte años, y quiero estar entre los
primeros de la fila no sea que se acaben. Un pico con punta: ¿cómo será su
sonido? Llego a la plaza y encuentro una multitud, rodeando la bandera, sin
espacio intersticial que les permita caer como desearían y pienso que lo hacen
a propósito. El Sol comienza a descender el abismo indicando la impaciencia del
trabajo y con el fantasma de las lágrimas le humedezco un adiós al pico, mi
pico nuevo. Corro hacia la oficina del dolor de espalda en la infinita roca
que me hizo suyo, como la primera inhalación de un neonato, para evitar la ira
de la mosca que nos vigila. Desgarro un trozo y después otro. El sudor me
salpica en los ojos que dejan de sufrir por un instante y, cuando regresan,
noto que he llenado el carro.
-“¡Zz
zz zz!”- La mosca que controla el sector me exige una razón
que justifique la ausencia de un pico entre mis manos. Con obediencia, y
cansados gestos, procuro hacerle entender que intento llevar el carro saturado
hacia la cadena de transporte, que está en lo cierto cuando me zumba que soy un
miserable, que no volverá a ocurrir; Mas esta me apalea y simultáneamente
repite algo concerniente a la visita de una mosca importante proveniente de
Berlín. De todos los puntos de dolor que contabilizo sobresale el antes mencionado,
¿dónde quedará Berlín? Siento que me desmayo ya que únicamente ella resiste la cascada
de palos que me propina, pero de pronto cesa y cae al suelo castigada por una
piedra. Apoyándome, sobre el carro, alcanzo la posición erecta y distingo en la
cara de la cantera el rostro de Madre. Rápidamente destrozo el cráneo de la
mosca con la romicidad del pico, que pesa menos que antes, y le arrebato el
uniforme. Encubro su cuerpo vertiéndole encima el contenido del carro pero no me
abrocho los cordones. Quizás con tiempo apartaría a algún ingenuo de la inclemencia, con el silencio, que le permite
fluir. ¡No ahora: se realiza la huída!
Me giro hacia la
dirección que me espera y, entre las babas del suelo, percibo una piedra que
brilla entre las otras. Recuerdo ver una así de niño cuando cayó de los
bolsillos del Moscón que, bajo La Rayada,
zumbaba de trabajo y Mas trabajo... No influyó que la totalidad de nosotros escuchara
a la piedra esconderse en la arena, las moscas contemplaban la heroicidad del
Moscón con millones de ojos.
Con vértigo se detienen
los picos y el foco de la torre de control se estrella sobre mí. También me dirigen
la mirada los advertidos, que parecen deleitarse con una imagen distinta a la
cantera, seguramente devoran el ideal libertario que les sirvo o, ¿será la
piedra? No obtengo ánimo ni aplausos, solo los zumbidos me persiguen.
-“¡Babel..!”-