viernes, 23 de marzo de 2012

El ascenso

 Carne me persigue. Hay noches que no deben ser transitadas si regresas de la casa de un adicto sin compañía. Allí gané en algunos juegos de la Play para camuflar mi derrota ahogada en una botella de vino. Todo está tranquilo después de llover, y los muertos no molestan el tránsito solitario de mi zigzagueante virilidad. El ático que nos mantenía cautivos comparte la cama con dos gatos y algo de ambiente psicodélico para dar el toque sutil a la sala sobre los ladridos del perro del garaje: un perro silente. Recuerdo al amigo J divagar en una isla sin tierra, allá en otro sitio, na-isla-da en el mar... Todo lo cubría la bendición del hombre, hasta que J me dio las buenas noches. Después B13, mi mejor adicto, se aseguró de que fuera derecho a la puerta y no robara la Scooter de poco consumo que tiene en el garaje. La necesito para que Carne no me alcance cuando deje la morbosidad de sus tendones en el asfalto. No pude tomar la moto y ella se acerca, paso a paso, a pesar de mis zapatillas de gamuza: está viva y viene para llevarme. Hace frío. Sólo yo le temo. Ella fastidia la aglomeración de pesadillas que pulula entre las ventanas cerradas y el techo descuartizado que sostiene el satélite lleno. ¡Dios, líbrame de Carne y sus santas credenciales para no ser parte del asadero!
 “B13, espera. Tengo miedo de la carne: está ahí y me mira.”
 B13 sonríe cuando cierra la puerta y mantiene sus carcajadas durante el trayecto de subir las escaleras. Después apaga la luz para condenarme en la soledad del regreso: ¿acaso Carne le ha alcanzado y soy el trofeo de una emboscada? Estoy solo. Mi mente, arrinconada en la pared, abre la ventana a un sonido carnoso. Se alivia de no pagar sus deudas con llanto mortuorio, ya que Carne, es una vía efectiva para ser recordado con lástima, donde todo pasa pero hay silencio, siempre el mismo: Carne nos enferma de silencio. De pronto, me desboco en una carrera de digeridos que no quieren ser chupados y el goce que el viento provoca en mi adrenalínico cuerpo se hace tortura cuando me empuja su aliento. En esta noche, más fresca que nunca, le gusta llenar las calles de los trozos que desprende para crecer en su terrorífica materia. La lluvia de la tarde desplegó la alfombra roja sobre las vías para que, los que van a morir, puedan presumir del más alto glamour para recibir a Carne.
 Caigo al suelo después de mirar atrás. El pie derecho responde con un ligero dolor y no acata mis ordenes de movimiento. Me arrastro para complacer el delirio de mi perseguidor y las manos se apropian del polvo y alguna cosa más: encontré la colilla de tabaco que tiré cuando fui en sentido contrario y me alegro, necesito fumar mientras permanezco vivo. Arrastrándome de espaldas, consigo liar un cigarro con sabor a cenizas. En eso, atravieso un hormiguero y pido ayuda: “help! I need somebody” y, en cuestión de segundos, responden mutilando mi pie fracturado. Ahora me encuentro más ágil y aventajo a Carne en velocidad de arrastre. A veinte metros, el portal de mi edificio enciende luces de neón como si fuera bienvenido. He contenido la hemorragia con el cinturón y los pantalones se aferran a las grietas del suelo, quedan rezagados ante mis impulsos por subsistir. De pronto, en un cementerio de vidrios, un minusválido me invita a pasear. Me aproximo gastando mis manos y no el tiempo, el único que ofrece esperanza a la presa y no a Carne. Consigo arrebatarle la silla de ruedas y un noventa por ciento de mi cuerpo llega al portal. Carne se abalanza sobre mí y con dificultad introduzco la llave correcta para penetrar la puerta con himnos de salvación. Carne sigue su rumbo sin mirar a través del cristal. El ascensor no funciona y tomo las escaleras.

3 comentarios: