Habían dejado un porro en la ventana y estaba loco por ir a
matarlo, así que me asomé, le di candela y dejé que las cosas fluyeran. En eso
pasó el camión de la basura con el cadáver del Ministro Wértico encima y salí
corriendo a perseguirle. El ascensor abierto pronto me dejó en la calle y menos
mal porque para ser solo de nueve pisos había una peste rancia, como algo que
en cualquier momento tomas de la nevera y tiras a la basura. En un instante
localicé el camión y cogí el taxi de un chileno que me notó la prisa. Siga ese
vehículo le dije. Son 7 euros y arrancó.
Por fin se me dio la oportunidad de ser cortés con el señor
Wértico que tanto mal rollo deshizo. Solo hay que ver cómo están los jóvenes y
los delitos menores; el otro día escuché que multan a los que se preparan el
bocadillo en los contenedores, que si la basura era privada, que si lo otro...
Como el Ministro, que tanto había luchado para organizarla a su altura y lo
subieron al camión. Saqué la cabeza del coche y comencé a gritar: ¡Ministro Wértico, Ministro Wértico!
Regresé al taxi y el chileno me dejó claro que no le vomitara dentro, que la
cosa había caído y que no viniera a joderlo.
Se detuvo cuando marcaron los 7 euros y el camión de la
basura seguía avanzando. Me preguntó si era importante y arrancó a contar de
cuando fue cuidador de cóndores en los Andes, pues son los buitres esos que
vuelan alto y les cuesta bajar o migran a paraísos fiscales. Por un momento nos
despistamos pero afortunadamente el basurero había girado a la derecha.
Recuerdo que fue el señor Wértico quien aprobó que en todas las aulas hubiera
una silla para el director y desde eso los muchachos son de lo más aplicados. ¡Ministro Wértico, Wértico! Igual que
cuando gana el Madrid y pego gritos desde el coche de los amigos, ese era momento
para devolverle la cortesía: ¡qué lástima que no lo cogí vivo porque éste
seguro fumaba!
El camión cruzó una reja y se me acabó el tirar con la cara
para el resto del viaje, el taxista me santiguó con los ánimos que se reciben
cuando toca pelearte con el destino y entré al basurero a por el cadáver del
Ministro. Allí había de todo menos cobre y el camión paró en el otro extremo
haciéndome pisar un clavo, después una íntima y por último una propaganda de
Carrefour, que se pegan al pie y no sueltan coño, aunque las pinches con un
palo. Quería encontrarlo rápido para llegar temprano a un hospital de regreso,
porque si ibas a la hora de la comida no cazabas ninguna médico de prácticas.
¡Ministro Wértico,
Wértico! Estaba
tirado sobre unas chapas y una silla de escritorio le cubría medio cuerpo. Le quité el reloj cortésmente dándole
palmadas en el hombro y decidí observarlo durante el tiempo que durara el
cigarro, así que me senté en un murito que encontré al lado del cadáver. Tiré
la colilla y ¡miau! Un gato negro
salió corriendo. ¿Pero qué quieres, un habano..? ¡Te cogiste para eso con el cubano!
¡Eres grandioso! de verdad...verdad...
ResponderEliminarun gran abrazo
Sí que lo es!
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